Ignacio Marin

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Updated Apr 2021
Topics Photography, Photojournalism, Street
SALIÓ CARO 

Berenice (nombre ficticio, escogido por ella) ha vivido en la misma casa humilde desde que llegó a la Ciudad de Guatemala, hace décadas. Ahí, entre paredes de hormigón desnudo y techo de zinc, ha criado a sus tres hijos y ahí, ya alcanzada la tercera edad, está criando a su nieto Neymar (nombre ficticio, escogido por él) desde que su madre se marchara a los EE.UU y a su padre lo asesinaran. Su madre a veces envía algo de dinero pero “la plata no puede reemplazar a una madre”. Lo dice con una mezcla de pena y preocupación: hace semanas que Neymar ha comenzado a juntarse con los pandilleros de su barrio y ella, agotada, no tiene fuerzas para sacarle.

La migración es un fenómeno que no solo afecta a quienes se marchan, sino también a los que se quedan. Como Neymar, miles de niños y adolescentes en el Triángulo Norte de Centroamérica están creciendo solos. Según un informe reciente del Banco Interamericano de Desarrollo, la mitad de las personas migrantes provenientes de esta zona dejan atrás a sus hijos. Con su marcha, la responsabilidad de la crianza acaba recayendo sobre abuelas o hermanas mayores. En otros casos, los niños simplemente acaban creciendo solos en las calles. Ante la soledad y el abandono, muchos terminan buscando en la pandilla una familia sustituta. La pandilla les ofrece seguridad y, sobre todo, formar parte de un grupo. Según la fundación Insight Crime, las pandillas son una organización social por delante de una organización criminal: no busca tanto el beneficio económico sino más bien crear una identidad colectiva, un espacio de protección en el que apoyarse mutuamente. Un pandillero estaría dispuesto a matar con tal de defender “al barrio” o a cualquiera de sus “hermanos” de la pandilla.

Estas mismas pandillas llevan años convirtiendo la región en una de las más peligrosas del mundo. El 80% de los 3.578 homicidios registrados en 2019 se les atribuye a ellas. El resultado es una tasa de 21 homicidios por cada 100 mil habitantes, el doble que lo que la Organización Mundial de la Salud (OMS) considera “epidemia” de violencia.
Pese a los numerosos operativos de seguridad pública desplegados por los distintos gobiernos, el fenómeno de las pandillas no ha dejado de crecer. Es más, según varios organismos de Derechos Humanos, más que solucionar el problema estos han tenido resultados contradictorios ya que no están acompañados de ninguna política social de integración. Mientras tanto, esta violencia es, a su vez, uno de los motivos principales por los que muchos centroamericanos se deciden a emigrar, realimentando así un círculo vicioso.

“Es el precio de la migración, pero un niño no puede crecer sin su familia. Se fueron para hacer plata pero, al final, nos salió caro”, dice Berenice.

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Ciudad de Guatemala, Guatemala
Enero 2020
© Ignacio Marin

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