Public Project
Mirar al cielo
Summary
Look up to the sky, when there is no other option. Look up, because it is more beautiful than looking at what surrounds us. Play kite hunting, hoping to be the first, the best, the fastest and the one who manages to catch the most. To glue our eyes to the sky, because the violence around us is palpable and childhood still deserves to live with hope.
Mirar al cielo.
Mirar al cielo, cuando no queda más remedio. Mirar hacia arriba, porque es más bonito que mirar lo que nos rodea. Jugar a cazar cometas, con la esperanza de ser el primero, el mejor, el más rápido y el que consiga atrapar más. Pegar los ojos al cielo, porque la violencia que nos rodea es palpable y la infancia aún merece vivir con esperanza.
Un niño de 6 años vive en un campamento en las afueras de Santiago, en San Bernardo, en la periferia, donde fueron relegadas las familias más vulnerables de la capital, para alejar la pobreza del centro y de los privilegiados.
Un terreno baldío fue tomado por indigentes hace varios años, quienes construyeron sus viviendas con materiales livianos y baratos que tenían a su disposición. Unas 50 familias viven allí en condiciones extremadamente vulnerables, con electricidad y agua tomadas ilegalmente. Las normas básicas de construcción, saneamiento y abastecimiento no se aplican aquí. Las familias tienen trabajos informales y esporádicos, y muchas de ellas están involucradas en las drogas y el alcohol.
En este lugar hay violencia, como en muchos campamentos, violencia física entre familias, parejas y vecinos. Aquí los problemas se resuelven a gritos y con cuchillos o balas, y las drogas y el alcohol son compañeros constantes. Además de la violencia invisible, la violencia del abandono estatal, de la falta de políticas públicas y de la pobreza.
Ruth tiene 33 años y es madre de cinco hijos, el mayor de los cuales tuvo a los 15 años. Ha tenido que convivir con el consumo de drogas y la adicción, estar en la cárcel, sufrir violencia y abusos, y soportar la retirada de la custodia de sus hijos menores. Gracias a la pandemia del covid-19, ha podido pasar más tiempo con su familia en casa y dejar su adicción.
Abraham, el cuarto de sus hijos, tiene 6 años y está al cuidado de su abuela paterna, pero gracias a las medidas de cuarentena ha podido quedarse con su madre y sus hermanos durante este periodo.
En la temporada de cometas, Abraham corre de un lado a otro por las calles de tierra, mira al cielo y nada le interrumpe. Se despierta pensando en cometas y todo su día gira en torno a ellas. Tiene ojos de aceituna y una agilidad increíble para trepar por las paredes en su búsqueda. En el juego de cazar y buscar cometas involucra a niños y adultos, todos corriendo y mirando al cielo.
Hay momentos de silencio y contemplación, con los ojos fijos en el cielo azul, en los que los niños observan y analizan los movimientos de las cometas que se elevan cerca del campamento.
Mirar al cielo persiguiendo cometas se convierte en un panorama imperdible frente a la pobreza palpable de este lugar.
Mirar al cielo, cuando no queda más remedio. Mirar hacia arriba, porque es más bonito que mirar lo que nos rodea. Jugar a cazar cometas, con la esperanza de ser el primero, el mejor, el más rápido y el que consiga atrapar más. Pegar los ojos al cielo, porque la violencia que nos rodea es palpable y la infancia aún merece vivir con esperanza.
Un niño de 6 años vive en un campamento en las afueras de Santiago, en San Bernardo, en la periferia, donde fueron relegadas las familias más vulnerables de la capital, para alejar la pobreza del centro y de los privilegiados.
Un terreno baldío fue tomado por indigentes hace varios años, quienes construyeron sus viviendas con materiales livianos y baratos que tenían a su disposición. Unas 50 familias viven allí en condiciones extremadamente vulnerables, con electricidad y agua tomadas ilegalmente. Las normas básicas de construcción, saneamiento y abastecimiento no se aplican aquí. Las familias tienen trabajos informales y esporádicos, y muchas de ellas están involucradas en las drogas y el alcohol.
En este lugar hay violencia, como en muchos campamentos, violencia física entre familias, parejas y vecinos. Aquí los problemas se resuelven a gritos y con cuchillos o balas, y las drogas y el alcohol son compañeros constantes. Además de la violencia invisible, la violencia del abandono estatal, de la falta de políticas públicas y de la pobreza.
Ruth tiene 33 años y es madre de cinco hijos, el mayor de los cuales tuvo a los 15 años. Ha tenido que convivir con el consumo de drogas y la adicción, estar en la cárcel, sufrir violencia y abusos, y soportar la retirada de la custodia de sus hijos menores. Gracias a la pandemia del covid-19, ha podido pasar más tiempo con su familia en casa y dejar su adicción.
Abraham, el cuarto de sus hijos, tiene 6 años y está al cuidado de su abuela paterna, pero gracias a las medidas de cuarentena ha podido quedarse con su madre y sus hermanos durante este periodo.
En la temporada de cometas, Abraham corre de un lado a otro por las calles de tierra, mira al cielo y nada le interrumpe. Se despierta pensando en cometas y todo su día gira en torno a ellas. Tiene ojos de aceituna y una agilidad increíble para trepar por las paredes en su búsqueda. En el juego de cazar y buscar cometas involucra a niños y adultos, todos corriendo y mirando al cielo.
Hay momentos de silencio y contemplación, con los ojos fijos en el cielo azul, en los que los niños observan y analizan los movimientos de las cometas que se elevan cerca del campamento.
Mirar al cielo persiguiendo cometas se convierte en un panorama imperdible frente a la pobreza palpable de este lugar.
Look up to the sky.
Look up to the sky, when there is no other option. Look up, because it is more beautiful than looking at what surrounds us. Play kite hunting, hoping to be the first, the best, the fastest and the one who manages to catch the most. To glue our eyes to the sky, because the violence around us is palpable and childhood still deserves to live with hope.
A 6 year old boy lives in a camp on the outskirts of Santiago, in San Bernardo, in the periphery, where the most vulnerable families of the capital were relegated, to keep poverty away from the center and the privileged.
An empty lot was taken over by homeless people several years ago, who built their homes with light, cheap materials that they had at their disposal. About 50 families live there in extremely vulnerable conditions, with electricity and water taken illegally. Basic construction, sanitation, and basic supply regulations do not apply here. The families have informal, sporadic jobs and many of them are involved in drugs and alcohol.
There is violence in this place, as in many camps, physical violence between families, couples and neighbors. Here problems are solved by shouting and with knives or bullets, and drugs and alcohol are constant companions. As well as the invisible violence, the violence of state neglect, of the lack of public policies and of poverty.
Ruth is a 33-year-old mother of five children, the oldest of whom she had at the age of 15. She has had to live with drug use and addiction, be in prison, experience violence and abuse, and endure the removal of custody of her youngest children. Because of the covid-19 pandemic, she has been able to spend more time with her family at home and kick her addiction.
Abraham, the fourth of her children, is 6 years old and is cared for by his paternal grandmother, but due to the quarantine measures she has been able to stay with his mother and siblings during this period.
In the kite season, Abraham runs back and forth through the dirt streets, looks at the sky and nothing interrupts him. He wakes up thinking about kites and his whole day revolves around them. He has olive eyes and incredible agility to climb walls in his quest. In the game of hunting and searching for kites he involves children and adults, all running around looking at the sky.
There are moments of silence and contemplation, with their eyes fixed on the blue sky, where the children observe and analyze the movements of the kites that rise near the camp.
Looking at the sky chasing kites becomes an unmissable panorama in the face of the palpable poverty of this place.
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