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Como un día cualquiera.
Habituado desde hace cinco años a intercambiar melodías por propinas, hoy lamenta que la contingencia sanitaria haya mermado el flujo peatonal cotidiano, y con ello la cantidad de oídos que, voluntaria o involuntariamente, se deleitaban con su instrumento.
Para él, quedarse en casa, aunque es un deseo y una medida de prevención, no es una alternativa. Hacerlo, significa renunciar al apenas 30 por ciento de lo que ganaría en un día de los que solían llamarse normales. Dinero que si bien es poco, es útil para comprar alimentos y pagar la renta de un cuarto en una vecindad cercana a La Merced, donde vive con su esposa Hermelinda.
Lo que sí procura es mantener una especie de “sana distancia” entre su hogar y su sitio de trabajo; ya que trata de ubicarse prudentemente cerca, por si surge una emergencia, a raíz del accidente cerebrovascular y la operación de un aneurisma que sufrió su compañera de vida.
Tal vez esta decisión también afecte la captación de ingresos; pero le ayuda a mostrarse alegre y tranquilo durante las nueve horas de jornada. Es tal su entusiasmo, que a veces olvida que los medicamentos que necesita Hermelinda son costosos y que apenas con alguna donación logran juntar para adquirirlos cada mes.
Lo que siempre tiene presente es que, el pasado marzo, sus compañeros de oficio se organizaron para manifestarse y pedir el apoyo al Gobierno de la Cuidad de México. De este acto, consiguieron la promesa de una ayuda que, pese a la firma de un documento, al parecer también guarda una sana (y conveniente) distancia.
A pesar de todo lo que está sucediendo, Gerardo vive agradecido por seguir laborando. Sabe que estos tiempos difíciles son pasajeros y se reconforta al pensar que si un organillo se toca en plena pandemia, su sonido se escucha.
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