Al leer el texto de la muerte de Ricardo Viera, irrumpieron mil imágenes.
Una: aquí en la casa cocinando y charlando, parados ante una mesa con libros de Frank, Winogrand, Tomatsu y Hosoe. Recordé que le había escrito que en su próxima visita le enseñaría “Ordeal by Roses”, de Eiko Hosoe, el cual adquirí hace unos meses.
Hoy abro el libro y apuro un trago en estos días de soledad. Cuánto te extraño, Ricardo. Tus comentarios, tus consejos, tu mirada.
Ricardo fue un hombre con una paz interior que aun fotografiándolo a un 1/8 de segundo, las fotos salían perfectamente definidas.
Recuerdo que me acompañó a la cantera un par de veces, pues quería ver y entender mejor mis fotos. Llegamos, se desmontó del vehículo entre el polvo y el calor, saludó y conversó con los obreros. Me fui a trabajar, regresé al rato y nos fuimos.
Cuando regresé unos días después a la cantera, el Mero -un operador de zaranda que charló con él- me preguntó: “y don Ricardo, ¿no vino? Le contesté que se había regresado a USA. “Si vuelve”, me dijo, “que venga a vernos. Un buen hombre”.
Ese era Ricardo Viera.
Ricardo: extraño y agradezco tus enseñanzas. Incluyo algunas imágenes hechas de nuestro primer encuentro en un taller en el Centro de la Imagen. Ya después nos juntaríamos en el FotoFest y en casa, donde pasó unos días. Recuerdo su risa cuando preguntó en un taller si conocíamos a Aaron Siskind y le respondí que cuando vivía en Nueva York, en momentos que no estaba haciendo proyectos o callejeando, salíamos a “Siskinear”. Aun lo hago.
Paso las páginas del libro de Hosoe y trato de ver ese ángulo que cuando Ricardo lo comentaba y lo discutíamos, una incisión en el proceso de concebir la imagen.
Saldré a hacer fotos en la mañana, recordar y agradecer el tiempo compartido.