Una de las preocupaciones de Jorge Chavarría es la naturaleza. En exposiciones colectivas anteriores, ha mostrado árboles solitarios en amaneceres luminosos o retratos que trascienden el hecho de representar a determinado sujeto. Utiliza variedad de escenarios, arenas de lucha libre a escenarios propios de princesas hechizas. Ahora se adentra a espacios abandonados, mancillados por el olvido del hombre. Esta serie de fotografías rompen la categoría de lo real a lo irreal, para transportar al observador al mundo de la ficción.
Las fotos de Chavarría parten de un enunciado documental, al que sobrepone una capa de significados a través de la manipulación de la luz y el color, con lo que orienta la imagen, campo estético y acentúa su poder narrativo. Con esta estrategia crea una ilusión que embelesa. En
realidad esos sutiles colores tenues, como de algodón de azúcar, con destellantes reflejos, son un dulce envenenado porque atrapa el ojo del espectador incauto. En la primera mirada, con detenimiento, se le revela un mundo áspero, inhóspito, en el cual no se querría estar. Pero poco a
poco deviene una epifanía, la redención desde los cielos que arremolinan sus nubes, en una clara demarcación de cielo y tierra.
En estas fotografías el término cementerio, adquiere la acepción de camposanto. Chavarría propone una trascendencia a lo espiritual, por lo que remarca el cielo como la sempiterna promesa después la muerte. He ahí esa marcada división en sus formatos, el notorio abajo - arriba en la
mayoría de sus fotografías. Existe un alivio ante el despojo humano dejado en el olvido. El alma del observador se sentirá atraído por la presencia de un cielo protector, donde renace la esperanza de la vida.
Miguel Flores Castellanos